domingo, 9 de diciembre de 2012

JULIO HUMBERTO GRONDONA

Julio Grondona: no todo pasa - A medio año de la muerte de su esposa, huye de las reuniones y viaja lo indispensable. Apoyo familiar, delegación de poder y lenta recuperación.
El peor momento del día es la mañana. Ni el sol brillando en los amplios ventanales de su departamento de Puerto Madero, ni el llamado de un dirigente amigo, ni la inminencia de un almuerzo en familia lo ayudan a escapar de un dolor que no aprende a domesticar: el de la ausencia. Entonces, Julio Humberto Grondona la pasa mal. Y a veces, llora. El domingo próximo, cuando se cumplan seis meses de la muerte de su esposa, él estará bien lejos: en Japón, como testigo de la final del Mundial de Clubes. Tal vez, la distancia le haga bien. O no, quien sabe; el hombre más poderoso de la historia del fútbol argentino empieza a retomar las obligaciones múltiples derivadas de sus cargos varios. Como puede.



Marca a presión. El plan familiar es sencillo: acompañarlo casi a tiempo completo. Vivir en el mismo edificio facilita el asunto; sus tres hijos –Liliana, Julito y Humbertito– son parte también del paisaje de uno de los barrios más exclusivos de Buenos Aires. Muy atrás quedaron los tiempos en los que caminaban por Avellaneda. Ahora, los Grondona son Puerto Madero. Tanto que al pater familias ya no se lo ve por la estación de servicio Esso de avenida Mitre, sede de sus reuniones habituales durante treinta años con todo el arco político vinculado a la pelota. Ahora, quien quiere verlo, si recibe autorización, se anuncia en la entrada del edificio de la calle Juana Manso. “Los dirigentes van a romperles las pelotas a la casa como si nada”, apunta el presidente de un club del ascenso, amigo de Grondona desde hace tres décadas. Los fines de semana, el ritual de ir al campo de Brandsen se mantiene. A las reuniones sociales, en cambio, todavía se resiste.



La red de contención familiar incluye que alguien se quede a cenar con él. Y la mayoría de las veces ese lugar lo ocupa Pablo, su único nieto varón. “Si hay fútbol, la lleva bien. Es su principal programa: mirar partidos a la noche. Con eso se aseguran que se vaya a la cama tarde, ya cansado”, describe un colaborador. Su nieto, casualmente, es quien se subió al avión el jueves con Grondona rumbo a Japón, en el viaje de mayor duración desde que falleció Nélida Pariani: volverán recién el martes 18. Después, lo espera Asunción, adonde irá al sorteo de la Libertadores.



Nélida aquí y allá. El de los viajes, justamente, es un apartado especial. En estos seis meses, Grondona apenas fue una vez a la sede de la FIFA, en Suiza. “Ella le armaba la valija, y lo acompañaba siempre. Esos rituales le marcan más todavía que ya no está”, cuenta otro dirigente. Aporta un detalle: un mes antes de morir, su esposa viajó con él a Budapest, al Congreso de la FIFA. Recorrieron el Danubio, que ya conocían; pero esta vez, ella iba sobre una silla de ruedas.



La presencia por omisión también se advierte en los pasillos de la AFA. Allí, Nélida ocupó el lugar de presidenta de la Comisión de Damas. Suya fue la iniciativa de levantar una capilla en el predio de Ezeiza, por caso. En noviembre, Grondona estuvo cerca de quebrarse delante de todos en la sede de Viamonte; estuvo en la inauguración de Pasión y Cultura, una muestra de artistas plásticos afiliados a la AFA, y el recuerdo de su esposa –con la que estuvo casado más de cincuenta años– cayó por carácter transitivo: “Saludó y se fue rápido, no aguantó. Estaban todos menos la mujer”, cuenta un asistente a la reunión.



Cómo seguir. Los martes a la tarde, Alejandro –su chofer–, estaciona la camioneta en la puerta de la AFA: es día de reunión de Comité Ejecutivo. Es una de las dos veces a la semana que Grondona va a su oficina de los últimos 33 años. El ex presidente de un club de Primera dice que el hombre aprendió a delegar. Que deja que Mario Contreras (Godoy Cruz) y Germán Lerche (Colón) estén en los temas de la Selección, y que Nicolás Russo (Lanús) se ocupe del torneo local. Pero que igual mira todo.



Quienes destacan su repunte anímico se detienen en la previa del último San Lorenzo-Independiente: esa semana, Grondona convenció a los dirigentes de los dos clubes de jugar el domingo; antes había negociado con la ministra Nilda Garré y el secretario de Seguridad de la Nación, Sergio Berni. “Era el de antes”, lo compara un allegado.



Su meta próxima es concretar el traslado de las oficinas de Viamonte a Ezeiza, un proyecto demorado. En el medio, se someterá a un retoque estético para dejar atrás los rastros de la colonoscopia a la que fue sometido en septiembre del año pasado. Más que a esa pequeña intervención, alrededor suyo le temen al calendario, y no porque Grondona ya haya cumplido 81 años: se acercan las Fiestas. “Estamos viendo cómo pasar la Navidad”, se preocupa alguien que lleva su mismo apellido.



Nota publicada en la edición impresa del Diario PERFIL

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